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Nadir

El hastío

Cada vez se me antoja más sorprendente la pasión desaforada que anida en los grafómanos vocacionales y profesionales que emborronan los periódicos. Mal empleadito entusiasmo, digo yo. La tipología es muy amplia. Esta el ángel justiciero, por ejemplo. El ángel justiciero se dedica a descalificar toda la prensa canaria como instrumento de legitimación de los que usurpan los poderes públicos para organizar un maligno armagedón cotidiano. Para el ángel justiciero, para esta trompetilla de Eustaquio, los periódicos son pura basura, pero paradójicamente, a su conciencia ecológica no le repugna pretender escribir en la basura cuando se le antoje. Miente, distorsiona los hechos, renuncia olímpicamente a los matices, expectora jeremiadas conspiranoicas. Simple y llanamente arremete contra lo que le venga en gana, y está en su perfecto derecho, pero es incapaz de admitir que su intervención en los asuntos públicos pueda ser objeto de crítica. Eso no. Su cadena silogística es irreprochable: si se le critica es que se le persigue, si se le persigue es por sus actividades y opiniones, quien persigue actividades y opiniones deviene un miserable cómplice de la dictablanda democrática que pervierte los valores ciudadanos de libertad, solidaridad y tolerancia. Y así hasta el infinito. Es admirable. Y muy tranquilizador, porque te exonera plácidamente de cualquier cuestionamiento interno. Así puede uno, incluso, participar en Crónicas marcianas sin que se le despeine el tupé de insobornable crítico del sistema. Pues que le aproveche la epilepsia narcisista. Otro espécimen de la fauna logorreica local, esta vez un profesional, escribe imbecilidades con un entusiasmo petardo y a menudo malhumorado. Ya sé que muchos (bueno, pocos, porque a todos nos leen muy poquito) lo consideran un incidente sin importancia, pero a veces consigue una perfección en la sandez realmente intachable. Cuando recientemente falleció una adolescente en el centro de menores bajo tutela judicial de Valle Tabares, el profesional llegó a relacionar el hipotético suicidio de la piba con la legalización del matrimonio entre homosexuales. El columnismo se ha ensuciado mucho en los últimos años en Tenerife cuando algunos pueden escribir estas nauseabundas insensateces y todavía gallear desde su cucurucho de papel. El tercer caso que ahora recuerdo es el más fascinante: un cronista de Gran Canaria que actuó como recadero, pocero y correveidile en una red de relaciones políticas, empresariales y mediáticas, y que expulsado a patadas del jugoso fregado, ha decidido, heroicamente, denunciarlas a sangre y fuego con una prosa que me parece estupenda. Pero no siempre la sintaxis y el ingenio pueden dignificar cualquier posición, cualquier incoherencia, cualquier lacerante resentimiento. Pero cuánto entusiasmo. Cuánta pasión real o importada. Cuánta nada.

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