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Nadir

Vacaciones escolares

Alguien debería quejarse por las campañas de ciertos centros comerciales, que ya ofertan descuentos por la reserva de libros de texto para el próximo curso. Les acaban de dar las vacaciones a los chiquillos y ya los están presionando, eso no se hace.

La generación de los niños cojos, aquella que necesita que los padres les dejen en la puerta de todo (¿o será que los padres necesitan llevar a los niños a todo?), por fin está de vacaciones, con sus progenitores pensando en qué campamentos de verano los largarán para que sigan desarrollándose sin parar de hacer cosas. Cuando uno contempla tanta estimulación sensorial infantil "para que así lleguen más preparados al mercado laboral", dicen los padres con suficiencia, siempre se pregunta si Quevedo, de niño, iría de campamentos o enlazaría el colegio con los cursillos de taichi.

Lo importante es que la generación de los menores cojos está de libranza y los padres ya no los llevan hasta la puerta de los colegios en sus coches, con lo que la ciudad sonríe agradecida por el destrabe de tráfico. (El tráfico es esa cosa de la que siempre nos quejamos pero que nunca analizamos desde un punto de vista sociológico o filosófico).

Con tanto llevarlos a todas partes, los educandos de ahora se pierden un elemento fundamental en su socialización: los minutos del viaje en guagua hasta el centro escolar y el tiempo muerto entre la llegada al colegio y el comienzo de la primera clase. Lo que se aprendía entonces. Yo, en la guagua, hojeando un libro de anatomía para niños, me enteré de que los bebés se hacían follando; el libro lo explicaba con dos máquinas en forma de caja, una con una especie de salchicha que se ponía tiesa y la otra, con un receptáculo de salchichas. Imaginen el momento, de lo más Lorena Berdún.

En la guagua podía pasar que eras el rey del mambo para convertirte en bastardo real nada más pisar el patio del colegio. En la guagua maniobrabas para sentarte cerca -nunca al lado, esa timidez infantil- de la chica que te hacía tilín. En la guagua quedabas para pelearte luego, pero es que luego te olvidabas de la pelea. En la guagua veías Santa Cruz. Mira tú la guagua, y parece que no sirve para nada.

Ahora imagino que los niños tienen que soportar el viaje en coche bajo el silencio de los padres, un silencio que lo podría llenar Goebbels... digo, Jiménez Losantos o las rancheras de Luis Miguel: el horror.

Pero, ¡para!, nada de clases y guaguas, les empieza el verano: ojalá que se olviden de la dichosa educación hasta septiembre y se maleduquen un poco.

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