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Nadir

¡¡Fueguito, men!!

Soy fumador, pero como hoy se celebra el día mundial sin tabaco voy a aportar mi granito de arena para que los que no hayan sucumbido al espantoso vicio de darle al pitillo, se lo piensen dos veces. Amigos míos, es terrible depender del tabaco y pasar crisis de ansiedad todos los días, teniendo en cuenta que ya, prácticamente, sólo se puede fumar en el cuarto de baño de la casa de uno mismo. Es horrible, dicen, padecer los múltiples cánceres que, dicen los expertos, provoca el cigarrito. Y no digamos la putada de irte para el otro barrio de un día para otro, más o menos.
Pero frente a todas estas molestias, hay un padecimiento insufrible que deja secuelas en el alma y que provoca tener un compañero de trabajo cleptómano, cuyo vicio son los mecheros de los demás. No le daba más importancia a este amor por los encendedores ajenos hasta que la otra noche, feliz en casa, tras una cena frugal me dispuse a fumarme el pitillo de irse a la cama. No tenía mecheros.
Metí la mano en todos los bolsos, en otros tantos bolsillos de las chaquetas y de los pantalones, en cuantas gavetas había -y son muchas- en mi casa, para comprobar horrorizado, a la una de la madrugada, que no podía encender el cigarro. Ante esa tesitura horrible, tener el vicio y no poder abandonarme a él, comprobé que mis posibilidades eran escasas por no decir nulas al disponer de a) vitrocerámica, b) calentador eléctrico, c) horno eléctrico y d) termomix.
La desesperación me hizo rescatar dos trozos de carbón de la última barbacoa, una servilleta de papel y una pastilla para encender el fuego que coloqué, primorosamente, sobre la tostadora. Cinco minutos después se produjo la llamarada, me fumé el cigarro y me depilé de por vida las cejas. Háganme caso, no fumen. O vendan la vitrocerámica.

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