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Nadir

Medio de pata con queso

A mí me conmueven, sinceramente, su ardor justiciero, su vibrante denuncia, su talante insobornable y su talento para la bullanga cívica que nadie podrá corromper. Son treinta, cuarenta, a veces cincuenta personas que, en los últimos meses, le han tomado gusto a situarse a pocos metros de la entrada al Parlamento de Canarias en los días de sesión plenaria para corear eslóganes reivindicativos entre pitos y bocinazos. Pero su decisiva aportación a la lucha de la izquierda en Canarias es mucho más sustancial e innovadora. Después de un cuarto de siglo de combate político por la igualdad, el socialismo o la independencia han descubierto un definitivo instrumento para desmontar la farsa democrática, derribar el capitalismo oligopólico y la cleptocracia rampante, vencer la perversión cultural de la globalización. El insulto.
El grupito insulta democrática y libérrimamente a todo el que entra o sale de la sede parlamentaria. A los únicos que se les excusa, por el momento, es a los funcionarios de la Cámara que llevan uniforme. Se presta especial atención vociferante, obviamente, a los políticos y los periodistas, pútridas bestezuelas para los que no debe reservarse ninguna piedad. La izquierda del grupito no es la izquierda caviar, sino la izquierda de medio de pata con queso en La Garriga, y ha terminado por asumir la descalificación universal, parda y escatológica, que de la actividad política y sus protagonistas hacía la dictadura franquista. La política es una mierda, los políticos son unos sinvergüenzas, todos los males proceden de las instituciones falsamente democráticas y sus oscuros y cebados muñidores. Este complejo, lúcido y sutil análisis se complementa con la atribución a los periodistas de una artera estrategia de legitimación y ocultación de latrocinios, manipulación y corrupción asfixiante.Y ya está. No le dé más vueltas, compadre, agite la pancarta contra las prospecciones de Repsol y grite usted al primero que vea entrar o salir hijo de puta.
La izquierda del grupito se lo pasa muy bien combinando el deber revolucionario con el placer de insultar. En sus microconcentraciones suelen aullar "¡Aquí es-tá, la cueva de Alibabá!", batir palmas y tocar silbatos. Como la izquierda de medio de pata no lee periódicos (ni falta que le hace) a veces sufre fallos de identificación. En el último pleno, por ejemplo, el consejero de Industria, Luis Soria, pudo entrar en la Cámara en medio de un silencio indiferente. Cuando surgen monstruos indescriptibles, como Adán Martín o María del Mar Julios, los silbatos arrecian y se comienzan a proferir rugidos. "¡Canallas! ¡Corruptos!" El otro día el consejero de Agricultura y Pesca, Pedro Rodríguez Zaragoza, se volvió, se acercó a los manifestantes y le preguntó a uno: "Tú, ¿qué me has dicho?". "Nada, nada", fue la respuesta. Nada, efectivamente. No dicen nada. No hacen nada. No piensan nada. Solo escupen la estupidez de una indignación portátil.

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