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Nadir

"Niu" fachas

El intento por una pequeña horda de falangistas de hostiar al nonagenario Santiago Carrillo en una de las librerías de la cadena Crisol de Madrid, y la inusualmente nutrida manifestación de fachas pocos días después en la capital española, estimulan a preguntarse, de nuevo, sobre el estado de salud de la ultraderecha española. Después del folclorismo nostálgico de Blas Piñar y su Fuerza Nueva durante la transición, parecía que la ultraderecha se había desintegrado. Lo cierto es que, a principio de los años ochenta, se desarrolló un espléndido trabajo policial para desarticular la constelación de asociaciones y grupúsculos ultraderechistas (desde neofalangistas a filonazis) y el conservadurismo españolista más retrógrado encontró su identificación político-electoral en la Alianza Popular liderada por Manuel Fraga Iribarne. El Partido Popular se abrió moderada, pero eficazmente, al centro político mientras el resurgir de la ultraderecha quedaba bloqueado: por un lado, el PP había asumido, modernizándola, parte de su agenda ideológica, sobre todo en lo referido a la integridad política y territorial del Estado español; por otro, la ultraderecha estaba y está infinitamente fragmentada, carente de una estrategia política positiva y ayuna de liderazgos más o menos reconocidos.
Pero todo esto puede comenzar a cambiar. Y puede ocurrir, en una paradoja aparente, cuando el PP pierde las elecciones generales y los socialistas regresan al poder después de ocho años. En las últimas veinticuatro horas se han podido leer y escuchar diagnósticos desopilantes en los medios de comunicación conservadores, para los que la responsabilidad de este episódico brote ultra corresponde al Gobierno de Rodríguez Zapatero y a su supuesta obsesión por retirar algunas estatuas públicas de Franco. Del postaznarismo cabe esperarlo todo, incluso la legitimación indirecta de algaradas fascistas por decisiones políticas menores de un gobierno legítima y legalmente constituido. El neofacismo que bosteza, y bosteza a trompadas después de su larga siesta, se alimenta ahora de nuevos miedos y flamantes fobias: la inmigración, los cambios culturales, las transformaciones legislativas a favor del matrimonio homosexual.
En Tenerife la ultraderecha nunca disfrutó de apoyo electoral, pero mantuvo cierta actividad hace casi un cuarto de siglo. Recuerdo, en la noche del 23 de febrero de 1981, una poco disimulada actividad, entre risas y comentarios jocosos, en lo que era entonces la sede de FN en Santa Cruz. Hace algunas semanas un grupito de tres o cuatro fachas le pegó una paliza a un pibe en una parada de guaguas de la capital. El chico les había criticado por ensuciar con cartelitos la marquesina de la parada. La respuesta consistió en un surtido de patadas y bofetadas bajo una lluvia de insultos. Pero aquí según el gobierno canario, no hay fachas. Ni mafias organizadas. Ni corrupción en los ayuntamientos, por ejemplo. Qué gustazo vivir aqui.

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