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Nadir

Las victimas del terrorismo

Ni Bono ni Zapatero ni Acebes ni Peces Barba ni toda la ultraderecha junta del país tienen razones suficientes para ponerse ahora a dar lecciones de moral o de comportamiento cívico al resto de los ciudadanos; ni siquiera pueden ponerse moños ni hablar con altanería de los hechos como si los hechos fueran una consecuencia de lo que ellos políticamente tratan con tanto desparpajo. Los unos y los otros. Da igual. Hablan y hablan y hablan del tema con tal entusiasmo que los sufridos paseantes de la vida diaria se miran con asombro y se preguntan cómo es que sabiendo tanto de todo no lo remedian de una maldita vez. Cómo es que poseyendo las claves del misterioso quiénes y dónde, cómo y cuántos, no intervienen y aclaran las dudas de los cientos de padres, amigos y compañeros de trabajo de quienes ya no volverán. Porque morirse es triste, pero morirse sin saber el porqué, es peor aún. Porque aquí lo único real son los muertos y los que se quedaron sin ellos. Aquí lo único cierto es que unos y otros han politizado el tema del terrorismo, sea de la índole que sea, y todos sacan su tajada del asunto formando comisiones bien pagadas en las que sólo se dicen cuatro paridas a la semana y cuatro cosas bien dichas del sentido común que también las dice mi panadero sin cobrar un duro que para eso son del común o bien viajando de comunidad en comunidad para entrevistarse con los familiares de los muertos y contarles algo sobre los avances de las investigaciones que ya no son investigaciones ni son nada; que todos sabemos lo que se cuece a nuestras espaldas. Porque ellos lo sabían. Sí, lo sabían. La Policía, los confidentes de la Policía, los espías del Cesid, las queridas de los terroristas, los mercaderes de armas y los directores generales. Todos lo sabían. Los gobernantes también. Esperaban algo y andaban inquietos, tan inquietos como hoy cuando se anuncia una gran borrasca de agua y nieve y se alerta a la población pero muy poco porque no tienen medios para limpiar las carreteras porque el dinero de las palas se lo han gastado en campeonatos de mus; de la misma manera que el dinero para protección ciudadana se lo gastan en cacerías y bodas en El Escorial o paseando su magnífica verborrea por Brasil. Y lo hacen sin temor porque saben que los muertos no protestan y los familiares de los muertos son un coñazo y a la gente le cansa tanto discurso melodramático de madre desesperada pañuelo en mano o de testigo violento o de periodista dispuesto a contarlo todo. Que aquí sólo tragamos bien el adobo de carne aderezada de alegría vaginal. Lo demás son rollos que la clase política devora para su provecho y así crece y se hace voluminosa e imprescindible. Y, al final, acabamos pagando las pancartas y creyendo, con total ingenuidad, que los políticos van a las manifestaciones por amor al prójimo.

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