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Nadir

EL facherío

Ruiz-Gallardón, en una entrevista a Vázquez Montalbán, definía canónicamente al PP como "una fuerza de centro reformista". Vázquez Montalbán se quedaba un poco perplejo porque el entonces presidente de la Comunidad de Madrid (y ahora alcalde de la capital de España) insistía en que el PP no era de derechas para nada y que en su seno, por el amor de Dios, no había ni un átomo de ultraderechismo. "¿Y dónde se ha metido la ultraderecha en este país?", le preguntaba el maestro a Gallardón. "Ni idea", era la lacónica y marciana respuesta. Bueno, pues la ultraderecha estaba y estaba ahí, en el PP, en todo el ecosistema político e ideológico que tiene su vértice organizativo, en el que hay que incluir, desde mediados de los noventa, a la mayoría de las organizaciones de familiares de víctimas del terrorismo. Son los que intentaron linchar en una manifestación a Bono, insultaron a Rosa Díaz, le cantaron el riquirraca a Acebes y acusaron a Prisa y a la cadena SER de impulsar un golpe de Estado. Es la puta y casposa y miserable derecha retrógada, guerracivilista y patrimonialista que ha padecido este país desde que el primer bípedo español se puso en pie por los alrededores de Atapuerca. La que en tiempos leyó a Balmes, después a Vázquez Mella, luego a Vizcaíno Casas y ahora mismo a Pío Moa, porque hasta su forraje literario se ha degradado. Gritos contra los maricones, los rojos, los nacionalistas, los periodistas en una exhibición de odio visceral con afanes de paredón y tiro de gracia. Afortunadamente en Canarias no respiramos esas miasmas. Al menos momentáneamente. Pero no porque el PP de las ínsulas baratarias sea más liberal, transigente y reposado que sus coleguitas peninsulares. Las razones de la relatividad de sus bramidos y desafueros son otras. La primera, sin duda, está en que el PP local no ha podido nunca articular terminales sociales al servicio de su estrategia política, aunque Soria esté haciendo sus pinitos en Gran Canaria desde que llegó a la Presidencia del Cabildo. La segunda, tal vez, porque el territorio impone su propio lenguaje en la retórica y hasta en la praxis política del Archipiélago. Las tensiones entre los discursos de izquierda y derecha están parcialmente contaminadas, y a menudo sustituidas, por la gramática de los intereses tinerfeños y grancanarios que se arrogan ATI y el PP despectivamente. Aun así, Soria y sus congéneres, entre los que brilla como una enana blanca Larry Álvarez, comparte un sistema de signos que entronca directamente con actitudes extremadamente derechistas. Proclamar que los socialistas quieren destruir la ciudad de Las Palmas, practicar el exterminio sobre la oposición en las instituciones públicas, o esa asombrosa perla de acusar al Gobierno socialista de trasladar inmigrantes ilegales a la Península, como si se tratase de un tráfico de carne humana, y no de un sistema solidario de acogida que el propio Gobierno autónomo reclamó durante años, son gestos y expresiones que traslucen una demagogia ramplona y cínica, mentirosa y fullera, profundamente antodemocrática e instalada en un desprecio infinito hacia la sociedad civil.

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