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Nadir

Nacionalismo y equilibrio mental

Un nacionalista suele ser un tonto convencido de tener razón. El problema del nacionalismo es que está fundamentado en un error, en un cariño por el terruño donde echaste la primera vomitona de borrachera adolescente, por el cacho de piche donde orinaste en una noche de verbena.

Ya nadie descansa bajo un pino, ahora los viandantes maldicen en las paradas de guaguas. Ya nadie se reconforta con el agua de la fuente, ahora juntamos colesterol en las hamburgueserías de artificio con refrescos sobreazucarados. Pero no, ésa no es la mentira. La falla del nacionalismo es que se rige por los mecanismos del enamoriscamiento y no del amor. El enamoriscamiento es capricho mientras que el amor, para afianzarse, necesita de un cúmulo de razones, de mucha táctica y de bastante inteligencia. El enamoriscamiento es capaz de elevar a lo más alto del sentir patrio a una cabra que apesta a estiércol con las ubres a punto de estallar, el enamoriscamiento puede incluso justificar que las patrias valen muertes y que una bandera necesita saludos.

Pasión y razón sólo cuadran en la rima, porque en el contenido se alejan. La pasión jamás atiende a la cabeza. El nacionalismo es un apasionamiento que no soporta un simple juicio razonable. El nacionalismo es un tópico contra el que valen todos los clichés. Es cierto que se cura viajando, o sea, que es panacea de los catetos sin cultura y maldición de los que manejan más estímulos porque dieron muchos pasos fuera. El nacionalista irredento es capaz de buscarle peros al maná del paraíso porque el potaje de mami siempre le sabrá mejor. Antes nadie revelaba esas miserias de barriada, ese enaltecimiento de la calle llena de cacas de perro. Ahora el nacionalismo tiene bula porque todas sus apelaciones son fáciles de justificar. ¿Por qué es delicioso el gofio que atraganta? Porque es tu gofio y lo comían aquellos guanches anclados en la prehistoria que algunos quieren ver como un modelo de vida ideal en el siglo de internet.

El nacionalismo apela a tantas estupideces que termina por desmontarse a sí mismo. Y cuando ya no encuentra razones para el debate, termina recordando el árbol genealógico del rival a pesar de que no acierte. Pero al nacionalismo hasta la sangre le importa un bledo, es un sentir tan ínfimo que ni siquiera necesita de un mínimo de razón genética. Los más patriotas son los hijos de extranjeros.

Por mucho que se empeñen los Tanausú y los Rayco, siempre habrá un mar más limpio, un vino más delicioso y una música más emocionante que la de su puñetera patria. Desde mis tatarabuelos, todos canarios y vascos. Antes, no me acuerdo.

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