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Nadir

Vientito canario

Existen fenómenos meteorológicos adversos que el canario odia sobre todas las cosas. No la nieve que inspira en nosotros un incontrolable y deleznable apetito de pillar cartones para ir corriendo al Teide a imaginar trineos, ni es la lluvia, que nos deja corriquiando por las calles con el periódico encima de la cabeza. Si alguno se le hace al canario insoportable de verdad, es el viento. En el caso de los que viven en Candelaria, deberíamos llamarlo la ventolera, porque ese viento no es cristiano y les va a estar sacudiendo, más o menos, hasta septiembre, salvo que el maldito cambio climático provoque lo contrario. Si llueve, se pone el paraguas y la gabardina y puede pasear por la calle tan contento. Si hace frío, uno se abriga o busca compañía donde acurrucarse y hasta se lo pasa bien. Si lo que aprieta es el calor, un chapuzón en el mar o un buen aparato de aire acondicionado o un ventilador taiwanes resuelven la situación, salvo en el caso de acaloramientos menopáusicos, para los que existen otros remedios farmacológicos cuando no se está abusando de la leche con Pelikan (mi querido JJM que sabrá muy bien por dónde va la pedrada). Pero si hace viento, aviados estamos. No se puede una mujer poner falda, salvo que tenga un tipazo de vértigo y pueda lucir un tanga como un hilo dental, que para enseñar bragas como la bandera de Honduras, mejor se queda una en casa. Si además llueve, no se puede abrir el paraguas. El jardín queda escorado en dirección contraria a la del viento y las macetas suelen volar hasta la casa del vecino donde, por efecto de la gravedad, caen y se rompen, justo a la vez que la buena vecindad. El viento, además, es coleccionista de gorras y sombreros, que pierden irremisiblemente la pista de sus dueños. Por supuesto, no intente hacer una barbacoa un día de ventolera porque a) no conseguirá encender el carbón, b) en caso de conseguirlo, terminará con quemaduras de tercer grado y c) la carne siempre quedará medio hecha. Con viento siempre se cierran las puertas sobre los dedos y los tobillos; y las cortinas de las ventanas siempre se lían y tiran el jarrón más querido del propietario de la casa. Se ve mal la tele, se oye peor la radio, se lía la ropa tendida y pasear por la orilla de la playa es un combate agotador contra el oleaje y la arenisca con la risa del piberio de fondo como una buena banda sonora. Y lo que es peor, si intenta encender un cigarrillo va a terminar, con las cejas más depiladas y tan repintadas como las de Madonna Esteban. Un asco.

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