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Nadir

Espacios

Hace pocos días he llevado más de cien novelas a una librería de segunda mano. Conforme pasan los años los libros ocupan más espacio en mi casa y menos en mi mente, así que me veo obligado a regalarlos o venderlos para equilibrar las proporciones. Al principio me costaba un poco desprenderme de ellos, pero ahora supone una liberación física y mental. Me gusta crear espacio para cosas nuevas, es una manera de reciclarse como otra cualquiera. Los libros ocupan mucho espacio, demasiado teniendo en cuenta el espacio de la vivienda. En estos tiempos, tener una biblioteca es más caro que dar la vuelta al mundo en ochenta días. ¿Cuántos libros se pueden almacenar en un piso de treinta metros cuadrados?

Yo, por ejemplo he dejado de comprar libros de tapa dura, salvo que estén ilustrados o tengan algo especial. Por otro lado, en estos últimos años, las cosas han cambiado en muchos sectores. Las televisiones se han reciclado para ocupar cada vez menos espacio, ahora son planas y se cuelgan como cuadros. La música y las cámaras de video también han encogido, tanto, que cinco mil canciones y trescientas películas caben en la palma de la mano. El ocio personal se ha adaptado a los pisos pequeños, salvo en el caso de la literatura que sigue ocupando un espacio decimonónico que nada tiene que ver con el mundo Ikea en el que vivimos. Los cines cada vez son más pequeños y cada vez son menos cines. He leído que están reconvirtiendo muchos de ellos en salas de videojuegos on-line. El espacio es un lujo, pero también un problema. Mantener una casa grande es casi imposible y por eso las mansiones se están transformando en oficinas. Hace años llegué a tener mi despacho en la biblioteca de una antigua casa señorial. La biblioteca, con estantes de madera y un pasillo para circular por la parte alta, era más grande que la mayoría de los pisos que se pueden comprar hoy en día. Era maravillosa, pero los dueños no podían mantenerla y los ratones se estaban apoderando de las letras dormidas. Mi madre quiere donar los libros con los que estudió mi padre la carrera y mil frascos de perfume, pero al parecer regalar esas cosas es difícil, sobre todo porque ocupan espacio y nadie quiere hacerse responsable de ellas. A mí, me gustaría hacerles fotos, para guardar una versión digital, porque tampoco sabría donde almacenar todas esas cosas y terminaría tirándolas a un contenedor de basura. Esa es la razón por la que mucha gente alquila trasteros. Los trasteros son sitios intermedios entre la vida y la muerte. En ellos se almacenan las cosas, para evitar la pena de tirarlas. El problema actual es que incluso los trasteros son caros, así que algunas personas dejan de pagar los alquileres y sus trastos abandonados y marchitos, son subastados en Internet que es casi lo mismo que tirarlos a un contenedor.

 Estamos viviendo en un momento desconcertante para los objetos y las personas. Cada vez hay más cachivaches, pero menos espacio y cariño para almacenarlos. Las cosas se pierden sin remedio, incluso las fotos digitales cambian de formato y se evaporan en el cibermundo de los bits irrecuperables. Yo, cuando tiro cosas a la basura, siempre pienso en los chavales de hoy. Pienso en la pena de no poder descubrir trastos antiguos, porque a mí me encantaba encontrar tesoros abandonados. Antes iba al rastro para comprar maravillas y ahora si voy, es sólo para vender o regalar mis trastos. He decidido no comprar libros de tapa dura, regalar muchos de ellos, tirar las cosas viejas que no valen para nada y tratar de hacer espacio vital para dormir en su interior. También he comprado cuatro botes de basura para reciclar mi vida. Uno para familiares, otro para amigos, para papel y el último para yo mismo dormir dentro. Sin embargo, todavía no sé donde colocar las almas de las cosas abandonadas. 

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