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Nadir

Alto el fuego 4

No hay nada más sencillo que sembrar la duda porque esta técnica radica en el ánimo destructivo de la verdad. La están practicando Mariano Rajoy y su partido en concierto permanente con unos corsarios de la pluma y de las ondas cuya vocación no es informar sino influir. De esa manera, no vale para nada la labor del juez, de la policía judicial y científica, de los servicios de inteligencia españoles y extranjeros.

Nadie hay en el mundo, en un momento en que Al Queda y el terrorismo islámico es el eje de la preocupación por la seguridad en todo occidente, que se haya sumado al intento de cuestionar la autoría física e intelectual del 11-M. Mariano Rajoy, Pedro J y Federico Jiménez Losantos se han quedado absolutamente solos en la teoría conspirativa. Y sus barbaridades son gratuitas, sin fundamento alguno y en la línea tradicional de arrasar las instituciones del Estado. Todo para desgastar al adversario y ganar poder.

Lo que radica en el fondo de las intenciones de quienes utilizan técnicas tan fáciles y tan perversas es la deslegitimación de las elecciones generales –y con ello la del gobierno constitucional de España- y el descrédito de la Justicia, de la policía y de los servicios de inteligencia. El colmo es que se pretenda que los cuerpos de seguridad del estado, o una parte de ellos, fueron capaces de azuzar la matanza. En otro país habría un proceso judicial contra los inductores de esa siniestra campaña; en España circulan su veneno sin ningún problema.

No se cuanto tiempo más tenemos que asistir a esta obscena ceremonia de confusión en la que no se respeta nada: ni el dolor de las víctimas, ni el prestigio de las instituciones, ni la legitimidad del Gobierno. Pero hay algo casi peor que la malicia de quienes así actúan: el reconocimiento tácito de su incapacidad, que es doble.

La primera insolvencia es la que personifica Ángel Acebes. El ministro de Interior de un gobierno que ha estado ocho años en el poder, al que se le produjo el mayor atentado de la historia de España sin que fuera capaz de prevenir nada, tampoco puede encontrar una sola prueba que apuntale su insólita pretensión. Toda su experiencia en seguridad, para nada. La segunda incompetencia es la de todos estos fabuladores de historias que no han encontrado, siquiera, un punto de apoyo serio para esta tesis enloquecedora. Ni siquiera la pléyade de chivatos, confidentes, mercenarios y soplones que pululan por las redacciones han podido aportar un grano de credibilidad a sus patrañas. Sencillamente lo único que les queda es el ánimo destructivo de sembrar la duda entre sus propios fanáticos. Y para eso no hace falta demasiado talento.

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