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Nadir

Alto el fuego 1

La primera barbaridad proferida ayer por los líderes del PP se la escuché a su máxima dirigente en el País Vasco: "Ese comunicado responde a la necesidad de ETA de que Zapatero continúe en la Presidencia del Gobierno español". Incluso en una ocasión como esta el Partido Popular sigue supurando sus tesis conspiranoicas con el doble objetivo de eludir sus responsabilidades y diabolizar a Rodríguez Zapatero como centro de un complot para destruir España y la Constitución, con el infame concurso de etarras, independentistas vascos y catalanes, islamistas, comunistas, la cúpula del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil, la Fiscalía General del Estado, dinamiteros ociosos, docenas de torticeros jueces de paja e Iñaki Gabilondo. Algunas horas más tarde, el discurso del presidente del PP, Mariano Rajoy, fue ciertamente menos abrupto, pero igualmente decepcionante. Y esta actitud de los conservadores españoles es profundamente preocupante. Si ETA ha decidido no matar, secuestrar ni extorsionar a través de un alto el fuego, es por su creciente debilidad financiera, organizativa, logística y, a la postre, política y social. En esa debilitación los gobiernos del Partido Popular ejercieron un papel singularmente relevante y en general poco acertado. Que ahora, frente a un proceso que será arduo, complejo, arriscado, el PP adopte una actitud de obstrucción y descalificación, incapaz de superar sus estrategias de manipulación y sus ansias electorales, es una pésima noticia.
Uno, como ciudadano, no espera únicamente la paz. La paz, desde luego, es un noble objetivo, siempre que no se olvide que debe crecer y prosperar en un País Vasco democrático y plural en el que la convivencia esté plenamente normalizada, y el nacionalismo -rentabilizando la amenaza terrorista- no pretenda ser hasta el infinito la única fuerza legitimada para ejercer el poder en Euskadi. Las negociaciones que se abran a partir de ahora con ETA y su entorno serán no sólo difíciles, sino perturbadoras. ¿Concesiones políticas? Deberá haberlas, porque si no es así la negociación carece de sentido. Las concesiones políticas pueden apuntar a la excarcelación de presos etarras o a la legalización bajo condiciones explícitas de Batasuna, pero los límites deben estar claros para el Gobierno. Sin reformas estatutarias. Sin cesión de soberanía a cambio de la entrega de las pistolas. Sin indignidad. Esas cuestiones son negociables con la sociedad vasca y su territorialidad. No con ETA.

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