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Nadir

Inmaduros

Unos psicólogos, reunidos en comandita científica, han llegado a la conclusión de que todas las personas adictas al amor somos unas inmaduras y tenemos la autoestima al nivel de la Fosa de las Marianas, buceando con los peces ciegos y traslúcidos que follan con linterna. Según un catedrático de la Complutense, el amor adictivo se caracteriza por una conducta obsesiva, exigente e irracional; de modo que sitúa a este sentimiento tan humano y tan noble a la altura de otros vicios indecorosos como el tabaco, el alcohol y la columna periodística. Los enamorados somos unos tipos celosos, inmaduros, carentes de habilidades sociales, que es como llaman ahora a relacionarse con la gente. Añade también, el lumbreras, que el amor es un trastorno que genera angustia, depresión e incluso violencia. En definitiva, somos lo peorcito que ha parido psiquis humana alguna y ríanse ustedes de las habilidades sociales de Aníbal Lecter, que ése sí que sabía tratar a la basca con educación y proselitismo gastronómico. Por lo visto, estos eruditos de la cosa mental no se han enamorado nunca, no han experimentado en su académico culo los ardientes tábanos de Eros, tan ocupados que están siempre con su jaleo de probetas y batas blancas tratando de reducir el mundo ad absurdum. Estos señores no han hecho el trabajo de campo que tenían que haber hecho y se han limitado a leer cuatro novelas de Dostoyevski y de Galdós, y se han quedado tan panchos en la profiláctica creencia de que el carácter humano ya estaba analizado en la novela decimonónica y realista, que era muy dada a pintar personajes muy poco reales. Se piensan que basta con inyectarle la vacuna al cobaya, que es el ratoncito Pérez de los científicos, pero para estas cosas de Venus hay que mojarse un poco más, poner los pies en el suelo, sentir la pulsión salvaje de dos corazones desnudos que se estrechan en un abrazo desgarrador o la comunión lingüística de una pareja de labios que chorrean lascivia, y luego opinar. Pero estos señores no se arriesgan a tanto, temen contagiarse de algo y experimentan con cobayas y otras faunas humanas, cuando el experimento más fiable es aquel que se realiza con uno mismo. Este señor de la Complutense se creerá un tipo duro, curtido en mil y una batallas académicas, un tío muy seguro de sí mismo que no tiene esos problemas de autoestima y habilidades sociales que nos achaca a usted y a mí; pero de los síntomas y secuelas del amor no tiene ni repajolera. Más le habría valido haberse leído a Safo o a Ovidio, que escribió el primer estudio psicológico (Ars amatoria) sobre la importancia del amor en las relaciones humanas. Yo, en particular, le recomendaría también a Catulo, un poeta más a su altura. En nombre de todos los amantes inmaduros de este mundo quiero dedicar a la comandita autosuficiente el siguiente verso del poeta de Verona: Pedicabo ego vos et inrumabo.

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