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Nadir

Trenes de cercanías

Me cuesta entender la extraña manía que tienen los niños de meterse debajo de las ruedas de un camión, especialmente cuando tienen todo un desierto para caminar y la caravana del rally Lisboa-Dakar sólo tiene una ruta asignada de la que no puede salirse, salvo el punto de partida, que antaño era París y que luego pasó el testigo a Barcelona o Granada. El punto y final, sin embargo, sigue ahí, quieto en Senegal. Se ve que en Europa, aunque llevemos años haciendo las mismas tonterías, todo cambia. En África, por mucho que algunos insistan en pregonar que algo está cambiando, todo sigue igual: niños que mueren aplastados por caros coches de carreras que tienen un tufillo colonial o enfermedades de inmunodeficiencia adquirida que se podrían evitar con un simple condón, si no fuera porque a la Iglesia no le parece bien que a los africanos les dé por tener relaciones sexuales.
 Quizás la culpa la tienen los niños, siempre corriendo de un lado a otro, por más que les pese a algunos sacerdotes o conductores. Por eso hay que educarles a obedecer, a saber que el rojo es malo y el verde es bueno, salvo que seas daltónico y creas que lo rojo aún puede cambiar el mundo. Y así nos pasamos media vida aprendiendo que no se debe cruzar la calle cuando hay un machango rojo al otro lado y la otra media preferimos ignorarlo ante los interminables minutos que tarda el verde en deleitarnos con su visión. Los rumores dicen que el machango verde tiene miedo escénico, especialmente ahora que se ha instalado un gustillo por las prohibiciones, por recortar las libertades hasta niveles inimaginables en una sociedad que presume de ser democrática.
Pero a los niños les trae sin cuidado que esto sea una democracia y se atreven a jugar con los coches, a jugarse la vida de forma inconsciente, pensando que las máquinas tienen algo de humanidad y no arrancarán vidas con su guadaña. Por eso sus osadías van más allá, y aprovechan los extrarradios de una gran ciudad para jugar en las vías de tren, cruzándolas momentos antes de que las locomotoras pasen a toda velocidad. Lo que tampoco saben es que los cercanías son peligrosos: promueven golpes de Estado, como ese 11 de marzo. Un diputado popular, aún más ignorante que los niños, pero igual de indiferente a la democracia, no sabe aún que los golpes de Estado los cometen personas y no trenes: no fue un 11 de marzo, fueron un 18 de julio y un 23 de febrero. Pero no me haga caso señor popular, lo mismo soy daltónico y puede que además de confundir colores me dedique a cruzar la calle con el semáforo en rojo, creyendo que los tanques que bajan por la avenida son sólo coches. Cuando me dé cuenta, ya estarán demasiado cerca. No vendrán sólo a por mí.

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