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Nadir

Cutrerío de mortero

Uno pasea por el cogollo del centro comercial de Santa Cruz de Tenerife y se siente súbitamente trasladado a las fiestas patronales de Taucho en 1970. El espectáculo rebosa tal cutrerío y zafiedad que esperas escuchar a través de altavoces una oferta de muñecas chochonas. A los comerciantes, siempre animados por el Ayuntamiento para dinamizar el centro chicharrero, no se le ocurrido mejor novedad en la ornamentación navideña que estirar cuerdas de un lado a otro de la calle y colgar bolsas de sus establecimientos. Sí, las bolsas que utilizan para entregar las mercancías a los clientes. Bolsas de jugueterías, de boutiques, de zapaterías, de cafeterías o de tiendas de productos electrónicos. Algunas de las tiendas y baretos no usan habitualmente bolsas con su nombre y/o logotipo, pero no hay problemas irresolubles: cogieron una bolsa de plástico, le pegaron una etiqueta y escribieron el nombre del negocio en cuestión con un rotulador. Perfecto. Todavía no me he repuesto de la visión de cientos de personas deambulando bajo las bolsas que la fresca brisa de diciembre transformaba en una alegoría estremecedora de nuestro secular quiero y no puedo.
Simplemente no me creo que los concejales responsables y los comerciantes de Zona Centro no sepan que esta exhibición de mal gusto es pura horterada. Esta gente ha viajado, ha conocido otras ciudades, e incluso, como el siempre sonriente y jovial Brunio Piqué, ha estudiado fuera de las ínsulas baratarias. Y por tanto no ignoran que una ciudad ambiciosa debe y puede engalanarse navideñamente de otra manera. Que poner una alfombra roja que se pringa a las 24 horas (y dejarla ennegrecida y sucia en el suelo durante tres semanas) es una negligente estupidez que termina asqueando a la gente o, en el mejor de los casos, sumergiéndolas en la más absoluta indiferencia. Que otras asociaciones de comerciantes -en otras ciudades menos quejicas y más orgullosas de sí mismas- habilitan durante las fiestas guarderías y espacios lúdicos para los niños más pequeños. Y organizan pequeños conciertos musicales -y hasta breves piezas teatrales- en las plazas y en las esquinas. E invitan a los clientes a dulces, pastas o hasta a un cafelito. Y mantienen bien iluminados sus escaparates. Sí, todo eso corre en otras ciudades, en otras zonas comerciales, en otros lugares en el que los comerciantes no imploran atención pública, sino intentan que el público se interesen por ellos. Pero aquí no. Aquí colgamos bolsas arrugadas y pintarrajeadas. Aquí estamos en Santa Cruz de Tenerife.

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