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Nadir

Las pequeñas muertes

Un amigo me aseguraba el otro día que cada etapa que superas, cada uno de esos asuntillos pendientes que vas resolviendo, son una manera de morir un poco. Mientras más rincones oscuros limpias, mientras más dudas iluminas y más deudas pagas, mientras más rescoldos de amores que no pudieron ser apagas, menos vivo te quedas porque son menos los reclamos que te amarran a este mundo. Y así debemos irlo haciendo. Poco a poco y paso a paso, todos los días de nuestra vida, porque hayamos convocado o no alguna vez a la muerte para que sea responsable de separarnos alguien, todos somos conscientes de que no se trata de algo que precise invitación expresa para cargar con esa culpa. Necesitamos las muertes pequeñas para asimilar despacio nuestros terrores y cada minuto de despedida -de cualquiera de la interminable serie de despedidas en la que acaba por convertirse una existencia- nos acerca un poco más al ajuste del balance. Casi cada día se marchan amigos, cerca o lejos. Aunque tan sólo sea porque es exactamente ese día cuando les recordamos por última vez o cuando renunciamos por la fuerza a su memoria.
Todos hemos oído decir que hay una época en la que nos creemos inmortales y todos hemos llegado a un punto en el que nos hemos dado cuenta de que no es así. Todos hemos escuchado historias de espíritus que permanecen porque aún tienen cosas por hacer. No importa si no las hemos creído, sino que todos las hemos entendido. El imaginario colectivo es capaz de crear fantasmas pero no es capaz de imaginar que alguien con las cuentas saldadas elija ser uno de ellos sin más razón que la de su propia voluntad. Parece que, como comunidad, somos lo bastante sensatos como para que nadie haya imaginado a un congénere con semejante poder. Entendemos de motivos y de tirones porque es lo que hemos aprendido, lo que sentimos cada día al abrir los ojos y comprender que tenemos que convencer a un cuerpo que casi nunca se siente lo bastante descansado de que hay un día fuera que nos está esperando, lleno de lo que sea, pero expectante o al acecho.
Supongo que cada vez me acerco más a comprender a mi abuela cuando me dice que tal vez no llegue a estrenar unas zapatillas demasiado veraniegas para el presente y añade: "Tampoco tengo demasiado interés, te advierto". Pero todavía no lo tengo interiorizado. Sé que se ha convertido en alguien con los ojos claros, la cabeza llena y el cinismo filosófico de estar de vuelta de todo. Alguien que ríe más de lo que la veía reír antes, especialmente cuando cualquiera pretende que Ella le dé importancia a según qué cosas ("¡a mi edad!"). Alguien con la tarea hecha. Serena. Mi abuelo materno murió una tarde, después de habernos anunciado que ya podía hacerlo, mi otra abuela abuela se había ido hacía poco y siempre creeré que sintió que dejaba de ser necesario en el momento en que dejaba de tener a quien amar. De todas formas, también sé que lo que quisiera creer es que son ésos todos los motivos para morir.

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