La Iglesia II (El buen negocio)
Vimos a una monjita alzar una pancarta que decía: "Menos talante y más democracia". La disposición de la señora de hábitos a alzar sobre su cabeza la protesta no sorprende; conmueve que el cartel no sea suyo. Lo sabemos porque ni es experta en "talante", ni es analista de las palabras que la derecha repite convulsivamente en el parlamento, ni para su congregación (ni para la organización que encierra a su congregación) la "democracia" es un signo distintivo. Ella es un simple número que prueba el contubernio: las secretas y sectarias confluencias del sector más reaccionario de un partido político y las de los responsables del gobierno sectario de la Iglesia católica de España. Y eso es pecado.
Algunos dirigentes de la izquierda española recriminan a los obispos su manifestación pública; hay quien, incluso, les recuerda que no se manifestaron por asuntos "más serios", por ejemplo, la dictadura, los fallidos golpes militares, etcétera; que es una desmesura que salgan a la calle por una Ley democrática de enseñanza o por otras que aseguran las libertades sexuales de los ciudadanos... No tiene tino esa conclusión. Por varias razones; primera, porque los obispos y la iglesia "oficial" siempre se han encontrado a gusto con las dictaduras (la Iglesia es el último y más grande Imperio planetario), luego, de protestar, protestan (y como lo hacen) por decisiones parlamentarias que contradigan su esencial fundamentalismo; segunda, porque es imprescindible tener escuela para subrayar su esencial fundamentalismo. Lo terrible del caso no es que una institución religiosa quiera sentar su doctrina; lo horripilante es que exija ser una excepción en un país libre y en una confluencia de países libres como la CE; que exijan que su particularidad sea pagada con dinero público, y no con las aportaciones voluntarias de sus fieles. Y ahí se encuentra la convergencia malvada de un partido político que se empecina en no hacer política y una entidad religiosa que jamás ha hecho política.
Tres mil quinientos millones de euros se gasta el Estado en la Iglesia, con varias contradicciones en su conformidad. Por ejemplo, Hacienda nos engaña. La desproporción es: por cada 100 euros que los españoles desean donar a la Iglesia, el Estado le adelanta 140. Y siguen vivos los privilegios inconstitucionales. Los más lacerantes son las excepciones fiscales y patrimoniales.
El obispo de Zaragoza dijo que la Iglesia Católica le ahorra al Estado 3.600 millones de euros por sus labores propias. No está mal, tampoco, esa manifestación; comprenderemos al fin que los "asuntos de fe" son un negocio, que la Iglesia, al cabo, no es más que una gran empresa.
Orbe habemus y llegará el momento en que habremos de soportar que un obispo, por razones de fe, acepte formar parte de un concurso como El gran hermano.
Algunos dirigentes de la izquierda española recriminan a los obispos su manifestación pública; hay quien, incluso, les recuerda que no se manifestaron por asuntos "más serios", por ejemplo, la dictadura, los fallidos golpes militares, etcétera; que es una desmesura que salgan a la calle por una Ley democrática de enseñanza o por otras que aseguran las libertades sexuales de los ciudadanos... No tiene tino esa conclusión. Por varias razones; primera, porque los obispos y la iglesia "oficial" siempre se han encontrado a gusto con las dictaduras (la Iglesia es el último y más grande Imperio planetario), luego, de protestar, protestan (y como lo hacen) por decisiones parlamentarias que contradigan su esencial fundamentalismo; segunda, porque es imprescindible tener escuela para subrayar su esencial fundamentalismo. Lo terrible del caso no es que una institución religiosa quiera sentar su doctrina; lo horripilante es que exija ser una excepción en un país libre y en una confluencia de países libres como la CE; que exijan que su particularidad sea pagada con dinero público, y no con las aportaciones voluntarias de sus fieles. Y ahí se encuentra la convergencia malvada de un partido político que se empecina en no hacer política y una entidad religiosa que jamás ha hecho política.
Tres mil quinientos millones de euros se gasta el Estado en la Iglesia, con varias contradicciones en su conformidad. Por ejemplo, Hacienda nos engaña. La desproporción es: por cada 100 euros que los españoles desean donar a la Iglesia, el Estado le adelanta 140. Y siguen vivos los privilegios inconstitucionales. Los más lacerantes son las excepciones fiscales y patrimoniales.
El obispo de Zaragoza dijo que la Iglesia Católica le ahorra al Estado 3.600 millones de euros por sus labores propias. No está mal, tampoco, esa manifestación; comprenderemos al fin que los "asuntos de fe" son un negocio, que la Iglesia, al cabo, no es más que una gran empresa.
Orbe habemus y llegará el momento en que habremos de soportar que un obispo, por razones de fe, acepte formar parte de un concurso como El gran hermano.
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