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Nadir

Síndrome del agazapado

En las trincheras de la guerra no hay tiempo para pensar, solo para sobrevivir. En cuanto emerge una cabeza para otear el horizonte, establecer una táctica o buscar la salida, una bala puede convertirla en puré de carne. En este otoño nacional y estatutario que estamos viviendo en España, me ha entrado el síndrome del soldado agazapado. Vivo bajo la sensación de no poder asomar la nariz para respirar por encima del smog bullanguero que se desprende de los medios de comunicación y a todos nos contamina. Por una parte, salgo a la calle y observo la normal anormalidad o la anormalidad normal de siempre. Por otra, al contrario y ya en mi casa, leo, escucho o veo las noticias -sobre todo, las opiniones sobre la actualidad- y me entra la carcoma de la duda. ¿El país real es el del exterior o el configurado por el eco informativo que llega a mi refugio doméstico? Por más que agudizo las neuronas, en la superficie social veo, dicho sea telegráficamente y a salto de mata, atascos, compras, hipotecas, tarjetas de crédito, restaurantes, bares y guachinches, fiestas, viajes, escuelas, hospitales, juzgados y prisa, mucha prisa por llegar cada uno sabrá adónde. Incluso puede uno percibir, que no vivir, el paro, la marginación, las llagas de la droga y de la cárcel, los centros de menores rehabilitados, especialidad canaria, por monitores con antecedentes penales, o sea, el subterráneo cada vez más visible de nuestro sistema socioeconómico. Es un teatro del mundo que, con los mutatis mutandis apropiados y proporcionales, no se diferencia del resto de los escenarios de nuestro entorno. Sin llevar en la cabeza los datos micro y macroeconómicos, cualquier ciudadano enterado sabe que tenemos un buen nivel de vida, incluso que nuestro crecimiento es envidiado por media Europa, que España tiene una musculatura y un tono vital que para sí querrían, por ejemplo, los franceses, deprimidos ahora cuando se miran en los espejos del presente y del futuro. ¿Y los problemas? Los hay, por supuesto, como en todos lados, porque el Paraíso Terrenal hace mucho que también fue urbanizado y convertido en coquetos adosados. Entre ellos, el de los jóvenes, los llamados mileuristas, la generación mejor preparada de la historia de España cuyo techo salarial está en los mil euros. Cierto, doloroso y frustrante, pero siguen teniendo la espita salvadora de vivir con sus padres hasta, más o menos, los 35 años, es decir, en el seno de una familia que equilibra -dicho sea termodinámicamente- la energía que falta. Si no fuera así, habitarían en la incomodidad de la calle. ¿Y los ancianos? Sin duda, un segmento de la población con múltiples carencias asistenciales, pero todos, al menos, con una pensión, alta, baja o regular, pero con derecho a percibirla. También aquí la familia actúa como sacrificado mecanismo compensatorio de lo que el Estado no proporciona. ¿Y la educación? Con rumbo muy incierto, con mucha inversión de dinero público, con escaso prestigio, pero obligatoria y, hasta cierto punto, remendadora de tantos rotos sociales. ¿La sanidad? De las mejores de Europa, todos los que viven en España tienen derecho a ella y, de momento, aguanta las embestidas de la empresa privada. Realizado mi particular travelling callejero, observo un país tranquilo, a unos ciudadanos que, a pesar de algunos pesares, tienen los problemas esenciales resueltos y que, quizá por ello mismo, están alejados de la cosa política, se muestran muy desconfiados, cuando no pasotas y hasta despreciativos con los políticos. Hasta aquí, el panorama es similar al que puede contemplarse en cuanto traspasamos nuestras fronteras europeas. Eso y la normal discusión ideológica, la crítica de la oposición sobre la labor gubernamental.
Lo chocante en España, lo que empieza a preocupar de verdad, es que sobre este territorio de normalidad civil no se censure lo censurable de quienes gobiernan en la actualidad -bastante, por cierto-, sino que resuenen tambores de odio, de insultos, de inquina, y aparezcan señales de incienso. "España vive momentos cruciales y está necesitada de una gran oración", acaba de proclamar Rouco Varela. Supongo que el cardenal se refiere a rezarle a Dios o a la Virgen o a los santos y no a un desmedido discurso. No lo tengo muy claro porque la cadena de radio que pagamos todos los españoles y que es propiedad de la Conferencia Episcopal lleva unos cuantos meses desatada. En este sentido, no conozco ningún país europeo en el que con el dinero público se alimente por unos micrófonos el odio civil, los insultos, el chirrido calumnioso que emana -amparado, eso sí, en la sacrosanta libertad de expresión de ciertos programas como, por ejemplo, el dirigido por Jiménez Losantos. Aun en la hipótesis de que sea injusta, frente a una crítica como esta, realizada por el ministro Montilla, he aquí su respuesta: "Cuando tú, Montilla, del partido de Filesa, del partido del GAL, cuando tú amenazas a los medios de comunicación no afines ¿qué debemos entender, Montilla?, ¿qué vas a fundar, otra vez, el GAL?, ¿para qué?, ¿para atacar a los periodistas desafectos?". La única esperanza que debe mantenernos es que, de momento, nuestra sociedad civil no tiene nada que ver con estos salvapatrias que, de consuno con la iglesia y la derecha más rancias, no creen en la democracia.

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