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Nadir

Polillas

Tengo una amiga que cría polillas en un armario. Las alimenta con trajes de segunda mano aunque los domingos les da servilletas blancas de lino. Al parecer son su plato favorito, junto con los trajes de novia y las bufandas antiguas. Me cuenta que de vez en cuando cierra todas las ventanas de su casa y abre las del armario para permitir que las polillas salgan de su encierro y hagan un poco de ejercicio con las alas. Dice que en ese momento ella se sienta un sillón y disfruta observando a sus animales volar a sus anchas por el espacio. Al parecer se acercan a la luz, como atraídas por un imán gigante y de vez en cuando alguna se achicharra contra la superficie caliente de la bombilla. Mi amiga entonces la recoge con cuidado y la entierra en una maceta donde pone una cruz con palillos. Cuando me enseñó su extraño cementerio doméstico no pude evitar el sobrecogerme, ante aquella reproducción en miniatura de un camposanto. Siempre que voy a su casa le llevo alguna prenda de ropa que ya no me pongo, como regalo para sus polillas. Entonces ella me enseña el armario y me pregunta si las quiero ver alimentarse. Yo sonrío y le digo que no, que me da miedo, lo cual es verdad porque no me apetece nada ver como una tribu de polillas domésticas devoran un jersey o un pantalón de la penúltima temporada. En fin que aunque la gente parece normal, la realidad es que cada uno rellena los armarios con lo que puede. Otro amigo mío, lo tiene repleto de sueños olvidados y los domingos cierra las ventanas de su casa y los deja volar por el salón de su casa para contemplarlos a gusto. Entonces recuerda que le gustaría dejarse el trabajo y cambiar de vida, recuerda todas sus ilusiones infantiles y durante un rato sonríe de nuevo. Claro que lo sueños, como las polillas, a veces, también se acercan demasiado a la luz y entonces se chamuscan y se caen al suelo. Mi amigo también los entierra, pero sin cruces, porque dice que no podría verlas. Mi amigo sale con el coche y tira los sueños chamuscados al mar. Dice que allí al menos se sentirán libres, lo cual es absurdo porque están quemados. Yo no le entiendo, aunque tampoco digo nada, al fin y al cabo es su armario, así que cuando voy a visitarlo siempre llevo algún recuerdo de segunda mano para alimentar sus sueños. Él también trata de mostrarme su armario, pero yo le digo que no, que me da miedo, lo cual es verdad porque no me apetece ver como los sueños olvidados devoran los recuerdos caducados. Así que siempre que voy a una casa ajena y veo un armario cerrado me pregunto qué ocultará en su interior. Alguna vez me he atrevido a entreabrir alguna de esas puertas y me he asustado al encontrar allí, agazapadas en el interior, la verdadera personalidad de mi anfitrión, esperando un descuido para saltar al mundo y quemarse con la luz. El caso es que cuando conocí a rAiTjAn, lo primero que le pregunté fue si tenía armarios en su casa. Al decirme que los había vendido todos, supe que había encontrado mi media naranja. Yo le compré una polilla como regalo de compromiso y ella me devolvió un sueño mordisqueado, como si fuera una galleta a medio comer. Desde entonces devoramos la vida y procuramos apartarnos de las luces brillantes y de los cementerios de palillos porque nos dan miedo. No necesitamos armarios porque la ropa de segunda mano se la regalamos a mi amiga para que devoren las polillas y nuestros recuerdos alimentan depósitos de sueños olvidados. Nosotros mientras tanto mordisqueamos la vida con mucho tiento, procurando que las migajas atraigan a los pájaros y nos enseñen el camino hacia el cielo.

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