De mentiras y hombres.
"Los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños"
FEDERICO NIETZSCHE
Cualquiera sea la lectura que se haga de las elecciones de ayer en España, no cabe la menor duda de que uno de los motivos -y quién sabe si uno de los más poderosos- que han facilitado el vuelco electoral a favor del PSOE reside en la inevitable sensación de manipulación y engaño que por parte del Gobierno ha percibido el electorado. Manipulación, al atribuir de forma arbitraria y precipitada a ETA la responsabilidad del brutal atentado de Atocha, después de que asesores de Moncloa sugirieran que eso podría propiciar ventajas electorales. Pero no es quizá ese, con ser muy grave, el peor de los errores que acompaña en la despedida a José María Aznar, sino su machacona insistencia en convertir en dogmas de fe sus particulares obsesiones y discutibles ideas sobre España, los españoles y la manera en que estos deben ser gobernados. No entraré a comentar la hosquedad innecesaria hacia sus semejantes de un dirigente que, en el adiós, puede después de todo ofrecer un buen balance en política económica y una cierta astucia a la hora de retirarse y de no cosechar él personalmente derrota tan sonora como la que ayer sufrió su partido. Me preocupan más las corrientes de fondo que han presidido sus dos mandatos, y de manera muy especial el de su mayoría absoluta: su intransigencia, su visión unilateral de las cosas, su amor al pensamiento único, su facilidad para el insulto, la descalificación y la bronca. Porque, más allá de las características psicológicas del individuo, responden a una forma tradicional de ser y hacer por parte de la España profunda, a un entendimiento de nuestra convivencia que ha generado no pocos males a lo largo de la Historia y casa mal con los comportamientos democráticos. Contrasta, por lo demás, la elegancia con que ayer asumieron la derrota los representantes del Partido Popular y el portavoz del gobierno, y la formidable eficacia con que el ministerio del Interior ofreció los datos del escrutinio, con el espectáculo de división y desconcierto que la sociedad española viene protagonizando ya desde hace años, en gran medida por su culpa. Eso nos permite percibir que la unidad indisoluble del partido de la derecha está compuesta de muy diversos materiales y que, pese a los malos ejemplos que hemos visto, y al comportamiento incivil de algunos militantes que anoche demostraron su mal perder en la calle de Génova, podemos contar con una oposición conservadora digna del apellido democrático.
Contra los que piensan que los políticos son todos iguales, estos que llegan ahora a gobernarnos lo hacen con manera e intenciones muy diferentes a los que se van. Tienen ante sí una tarea no pequeña: han de recomponer el entendimiento de España desde una lectura no sectaria de la Constitución, desde un uso no partidista de la bandera, desde una comprensión diferente del valor de las lenguas del Estado; han de restaurar los mimbres tradicionales de nuestra política exterior, recuperando el espíritu de construcción europea, restaurando nuestras relaciones con Marruecos, y estableciendo una relación de confianza y amistad con los Estados Unidos, sin servilismos como el que nos ha arrastrado a la política aventurera en la guerra de Irak; y han de restablecer un entendimiento de la educación la ciencia y la cultura que rescate los valores laicos propios de la democracia.
Pese a su brillante victoria, no lo va a tener fácil Rodríguez Zapatero. En primer lugar, accede a la primera magistratura del país en medio de una creciente inseguridad ciudadana, cuando apenas nos hemos repuesto del espantoso drama del jueves pasado, y crecen las amenazas contra la libertad y la vida de los españoles. Esperemos que sepa apearse de ese latiguillo electoral utilizado por los aznaristas, en el sentido de que todos los terrorismos son iguales, porque si todos son igualmente execrables y repugnantes, su naturaleza y etiología suelen ser bien distintas, por lo que su tratamiento y solución pasan también por decisiones diferentes. Por lo demás, el nuevo mapa electoral demanda alianzas complejas y asimétricas que permitan aprobar las leyes en el parlamento, en circunstancias especialmente difíciles para el país. El cumplimiento de algunas de sus promesas de campaña más anheladas por los electores, como la retirada de las tropas de Irak, exigirá el ejercicio de formidables habilidades diplomáticas. La recomposición del mapa autonómico, ante la crecida del nacionalismo en Cataluña y el debate sobre el plan Ibarretxe en Euskadi, pondrán igualmente a prueba, y en plazo muy corto, las dotes de diálogo del nuevo ejecutivo. Pero lo menos que hoy puede decirse es que Rodríguez Zapatero ha labrado él mismo su triunfo, instaurando un nuevo estilo de hacer política que huye de las arrogancias del poder y enlaza con los sentimientos del hombre de la calle. Felipe González me dijo un día de él que tenía la mirada limpia. Esa es la condición de los que no saben mentir.
Han sido la manipulación y la mentira, la burda utilización del argumento de la lucha contra el terrorismo como justificación de casi cualquier política, la abusiva ocupación de los medios de comunicación públicos y privados, el oportunismo descarado y la arrogancia pueril lo que les ha costado el poder a quienes ayer lo perdieron. A partir de hoy veremos a los turiferarios de turno destinar sus sahumerios a la nueva autoridad legítimamente constituida. El poder emergente tendrá ocasión de comprobar que el engaño no es del exclusivo acervo de los políticos. Para ir cambiando el paso de lo que nos sucede, ojalá los recién llegados aprecien más las críticas que las adulaciones.
FEDERICO NIETZSCHE
Cualquiera sea la lectura que se haga de las elecciones de ayer en España, no cabe la menor duda de que uno de los motivos -y quién sabe si uno de los más poderosos- que han facilitado el vuelco electoral a favor del PSOE reside en la inevitable sensación de manipulación y engaño que por parte del Gobierno ha percibido el electorado. Manipulación, al atribuir de forma arbitraria y precipitada a ETA la responsabilidad del brutal atentado de Atocha, después de que asesores de Moncloa sugirieran que eso podría propiciar ventajas electorales. Pero no es quizá ese, con ser muy grave, el peor de los errores que acompaña en la despedida a José María Aznar, sino su machacona insistencia en convertir en dogmas de fe sus particulares obsesiones y discutibles ideas sobre España, los españoles y la manera en que estos deben ser gobernados. No entraré a comentar la hosquedad innecesaria hacia sus semejantes de un dirigente que, en el adiós, puede después de todo ofrecer un buen balance en política económica y una cierta astucia a la hora de retirarse y de no cosechar él personalmente derrota tan sonora como la que ayer sufrió su partido. Me preocupan más las corrientes de fondo que han presidido sus dos mandatos, y de manera muy especial el de su mayoría absoluta: su intransigencia, su visión unilateral de las cosas, su amor al pensamiento único, su facilidad para el insulto, la descalificación y la bronca. Porque, más allá de las características psicológicas del individuo, responden a una forma tradicional de ser y hacer por parte de la España profunda, a un entendimiento de nuestra convivencia que ha generado no pocos males a lo largo de la Historia y casa mal con los comportamientos democráticos. Contrasta, por lo demás, la elegancia con que ayer asumieron la derrota los representantes del Partido Popular y el portavoz del gobierno, y la formidable eficacia con que el ministerio del Interior ofreció los datos del escrutinio, con el espectáculo de división y desconcierto que la sociedad española viene protagonizando ya desde hace años, en gran medida por su culpa. Eso nos permite percibir que la unidad indisoluble del partido de la derecha está compuesta de muy diversos materiales y que, pese a los malos ejemplos que hemos visto, y al comportamiento incivil de algunos militantes que anoche demostraron su mal perder en la calle de Génova, podemos contar con una oposición conservadora digna del apellido democrático.
Contra los que piensan que los políticos son todos iguales, estos que llegan ahora a gobernarnos lo hacen con manera e intenciones muy diferentes a los que se van. Tienen ante sí una tarea no pequeña: han de recomponer el entendimiento de España desde una lectura no sectaria de la Constitución, desde un uso no partidista de la bandera, desde una comprensión diferente del valor de las lenguas del Estado; han de restaurar los mimbres tradicionales de nuestra política exterior, recuperando el espíritu de construcción europea, restaurando nuestras relaciones con Marruecos, y estableciendo una relación de confianza y amistad con los Estados Unidos, sin servilismos como el que nos ha arrastrado a la política aventurera en la guerra de Irak; y han de restablecer un entendimiento de la educación la ciencia y la cultura que rescate los valores laicos propios de la democracia.
Pese a su brillante victoria, no lo va a tener fácil Rodríguez Zapatero. En primer lugar, accede a la primera magistratura del país en medio de una creciente inseguridad ciudadana, cuando apenas nos hemos repuesto del espantoso drama del jueves pasado, y crecen las amenazas contra la libertad y la vida de los españoles. Esperemos que sepa apearse de ese latiguillo electoral utilizado por los aznaristas, en el sentido de que todos los terrorismos son iguales, porque si todos son igualmente execrables y repugnantes, su naturaleza y etiología suelen ser bien distintas, por lo que su tratamiento y solución pasan también por decisiones diferentes. Por lo demás, el nuevo mapa electoral demanda alianzas complejas y asimétricas que permitan aprobar las leyes en el parlamento, en circunstancias especialmente difíciles para el país. El cumplimiento de algunas de sus promesas de campaña más anheladas por los electores, como la retirada de las tropas de Irak, exigirá el ejercicio de formidables habilidades diplomáticas. La recomposición del mapa autonómico, ante la crecida del nacionalismo en Cataluña y el debate sobre el plan Ibarretxe en Euskadi, pondrán igualmente a prueba, y en plazo muy corto, las dotes de diálogo del nuevo ejecutivo. Pero lo menos que hoy puede decirse es que Rodríguez Zapatero ha labrado él mismo su triunfo, instaurando un nuevo estilo de hacer política que huye de las arrogancias del poder y enlaza con los sentimientos del hombre de la calle. Felipe González me dijo un día de él que tenía la mirada limpia. Esa es la condición de los que no saben mentir.
Han sido la manipulación y la mentira, la burda utilización del argumento de la lucha contra el terrorismo como justificación de casi cualquier política, la abusiva ocupación de los medios de comunicación públicos y privados, el oportunismo descarado y la arrogancia pueril lo que les ha costado el poder a quienes ayer lo perdieron. A partir de hoy veremos a los turiferarios de turno destinar sus sahumerios a la nueva autoridad legítimamente constituida. El poder emergente tendrá ocasión de comprobar que el engaño no es del exclusivo acervo de los políticos. Para ir cambiando el paso de lo que nos sucede, ojalá los recién llegados aprecien más las críticas que las adulaciones.
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