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Nadir

Grúas y poemas

De pequeño tenía un juego que se llamaba Mecano. Estaba compuesto por muchas chapas metálicas e infinidad de tornillos que servían para montar pequeñas piezas de ingeniería infantil. Lo malo del juego es que, a pesar de sus múltiples posibilidades, estaba bastante limitado. Porque yo de pequeño soñaba con hacer un robot, un autómata, algo que se moviera sólo y que interactuara conmigo.

Pero claro, era imposible, así que procuraba que lo que construyera fuera, al menos, bonito. Por eso pasé mi infancia caminando como un equilibrista por la cuerda tendida entre mis sueños imposibles y la estética de la realidad. Porque en general nuestros sueños infantiles son muy difíciles de construir.

A veces nos faltan los materiales, otras veces la habilidad y muchas otras son sencillamente imposibles para la época en que vivimos. Quizás por eso los libros eran una agradable válvula de escape. En los libros, o en los tebeos, los sueños y la realidad se fusionaban de una manera imposible y mágica. Mortadelo y Filemón utilizaban el zapatófono para comunicarse mucho antes de que aparecieran los teléfonos móviles en el firmamento colectivo. Así que casi sin darme cuenta cambié de juego. Pasé de uno donde se ensamblaban chapas y tornillos a otro donde se juntaban letras y palabras. Los libros eran una gran obra de ingeniería sin las tristes limitaciones de la realidad. Pero claro, cuando uno ha pasado gran parte de su niñez jugando con “Mecanos” no puede evitar sentir admiración ante cualquier estructura de hierro.

Por eso, ahora, siempre que miro una grúa me apetece sacar del baúl de los recuerdos mis juegos infantiles. Me encanta detenerme en la calle y contemplar sus movimientos. Me fascina ver subir y bajar las pesadas cargas que transporta, mediante movimientos gráciles y armoniosos. Las grúas son piezas estilizadas, delicadas, elegantes en un mundo pesado repleto de cemento y hormigón. Me gusta ver su montaje, a veces me parece que contemplo a los trapecistas de un circo. Las grúas tienen una influencia poderosa en la sociedad. Nos indican un futuro cercano repleto de obras nuevas, de novedades y de ilusión. En Berlín después de la caída del muro, vendían postales donde se veían cientos de grúas al atardecer, como si fueran una bandada de pájaros antidiluvianos contemplando la puesta del sol.

La gente mira las grúas y deja volar la imaginación, porque son la semilla del cambio. Lo malo es que las grúas son como los “Mecanos”, están demasiado atadas a la realidad y nunca construyen nuestros sueños, sino sólo la parte real y sólida de ellos. Pinocho nunca habría existido sólo con madera. Por eso para ver realizada la otra parte, la imposible, la quimérica, seguimos necesitando ese material tan absurdo que son las palabras. Hoy día quizás ya no se hacen postales de bibliotecas, pero si que se vende Hollywood. Las películas y los libros son el resultado de esas grúas irreales que están en nuestras cabezas.

Quizás por eso ahora ya no juego con “Mecanos”, quizás por eso escribo artículos o hago fotografías o me empeño en inculcar lo poco aprendido. Porque me gusta construir cosas imposibles y no tengo los conocimientos, los medios o la paciencia para inventar algo nuevo y sólido. Disfruto juntando letras con tornillos de tinta y cuando termino paseo entre las grúas que pueblan las calles, sabiendo que yo mientras tanto construyo la irrealidad donde vivo. Por fin de adulto he encontrado el camino para pasear con serenidad entre mis sueños imposibles y la estética de la realidad. Sigo soñando con construir un muñeco que se mueva por sí mismo, pero ahora ya he renunciado a hacerlo con tornillos. Dejo esa tarea en manos de otros mas listos o de las siguientes generaciones. Mientras tanto en mi taller irreal, en mi mesa, el flexo imita a una excavadora de plástico, yo sigo jugando como cuando era pequeño y los personajes van creciendo como los edificios en un campo de grúas.

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