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Nadir

Alto el fuego 2

En situaciones como la de ayer lo mejor era escuchar a un hombre de Estado, como lo es, sin duda, Jordi Pujol. Pujol se alegraba del "alto el fuego permanente de ETA y recomendaba generosidad en la gestión del júbilo. Otro tanto hacía Patxi López desde el País Vasco, que prefería no comentar las palabras de María San Gil, que dijo que a ETA le viene bien tener en La Moncloa a Zapatero, y prefería tomarlas el socialista vasco como palabras del pasado para expresar su deseo de hablar de futuro. Fue Artur Mas el que se ocupó de calificar las palabras de la señora San Gil de repugnantes. Tan repugnantes como las palabras de quien ha dicho que prefiere que siga ETA para sacar a Zapatero de La Moncloa. Pero desde La Moncloa llamó Zapatero a Rajoy tan pronto tuvo dispuesta la noticia, y ajeno éste, no ya a la generosidad a la que apelaba Pujol, ni a su responsabilidad, sino ni siquiera a la más elemental cortesía, esperó a que pasarán casi dos horas para contestar a la llamada del presidente. Era previsible saber que a Rajoy la noticia no le gustaba nada, pero hubiera sido deseable que le gustara algo. También a la Conferencia Episcopal le supo a poco, aunque le supo a algo. Bien es verdad que si algo de positivo hubiera en la gestión de Zapatero para conseguir la declaración de ayer no será por las oraciones de los obispos. Pero ayer no era día para escuchar a Zaplana o a Acebes, por ejemplo, y sí dio gusto oír a Jaume Matas, que dijo que era un gran día para la democracia, o a Alberto Ruiz Gallardón, que no temió decir que se trataba de la más importante noticia de los últimos años. Que la vicepresidenta dijera que toda cautela es poca y poca toda prudencia era lo propio y que lo de ayer sea el principio del fin es lo esperable. Pero que, mientras llega el fin, nunca se había avanzado tanto, es lo evidente. Y eso, ni es poco, ni para estar tan triste como Rajoy. Ni enfadado como Zaplana. Ni desbocado como Acebes. No, a Aznar no le vimos la cara.

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