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Nadir

Franquismo año 30

Es detectable una pequeña diferencia entre el aniversario de los veinticinco años de la muerte de Francisco Franco y los treinta años que se recuerdan estos últimos días: la excitación panegírica de la nueva derecha. En la mayoría de las ocasiones se opta, obviamente, por no emplear un discurso abiertamente apologético de la dictadura y sus supuestos logros políticos y económicos. Se prefiere algo más rentable y presentable: ridiculizar a la izquierda por su antifranquismo. En esta ridiculización, sin embargo, anida a menudo una visión purificadora de la dictadura. El cornetín de hojalata de la derecha española reverdecida, falsamente liberal y dogmática hasta el matonismo más vomitivo, Federico Jiménez Losantos, escribió hace poco que si Franco se hubiera retirado a mediados de los años sesenta su juicio histórico sobre el dictador sería muy positivo. Es una afirmación interesante. Primer o, porque este diagnóstico no deja de iluminar la contradicción de un sujeto que se befa del antifranquismo de la izquierda pero se presenta a sí mismo como un verdadero antifranquista que siguió el camino correcto: desde el comunismo botarate hasta el derechismo más carpentovetónico. Segundo, porque no excusa al régimen franquista por el desarrollo económico e industrial que, según la vulgata de media generación de historiadotes y sociólogos conservadores, generó una clase media y activó las condiciones que obligaron al tránsito hacia una democracia parlamentaria homologable en Europa. Jiménez Losantos valora al Francisco Franco que destruyó la República, ganó una guerra civil y limpió el solar patrio de partidos y sindicatos recurriendo a paredones, fosas y cárceles. Y por último resulta encantador el elemento de irrealidad que introduce en una dictadura caudillista cuyo arquitecto jamás se le pasó por la cabeza presentarse la dimisión a sí mismo.
Lo más novedoso del trigésimo aniversario de Francisco Franco es que llega en plena operación de revisionismo historiográfico de la dictadura, sus raíces sociales y el contexto de la Guerra Civil, con el concurso de verbosos farsantes como Pío Moa y César Vidal. Un revisionismo que no únicamente está conformado por razones ideológicas, sino al que se atribuye un valor instrumental para acoquinar a la socialdemocracia en la oposición y atacarla desde que llega al poder en marzo de 2004. Nada tiene que ver con un intento lúcidos y honesto de revisar los tópicos de las izquierdas, sus excesivas complacencias, su responsabilidad -que la tuvo- en la matanza y en el advenimiento de la dictadura. Se trata, simplemente, de una feroz hemorragia de propaganda política e ideológica, cuya matriz intelectual se remonta, precisamente, a la paramera cultural del franquismo, a una concepción patrimonialista del Estado, a un asco esencial a las libertades públicas y privadas, a una heterofobia intolerante y tonsurada.

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