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Nadir

Oscar Domínguez (...perdone....¿Quien?)

El primer día del año 1958 se celebró en el cementerio de Montparnasse una ceremonia que congregó a un grupo no demasiado numeroso, pero sorprendentemente variopinto: varios jóvenes, algunos pintores, dos o tres enjoyadas damas envueltas en estelas de visón y mezclando lágrimas de dolor con las lágrimas del frío, un camarero que tal vez bostezaba después de una noche sirviendo copas, un barrendero todavía con uniforme. Estaban enterrando al pintor Óscar Domínguez.

A Óscar Domínguez siempre le atormentó hallar su propia huella. Ser él mismo sin mediaciones. Es curioso en uno de los artistas canarios -y españoles- con una creatividad más volcánica y una receptividad más porosa del siglo XX. Quizás en su interior siempre se reconoció como artista, pero sospechaba que su sensibilidad era demasiado receptiva. Algunos descubrieron esta extraña herida íntima y lo zahirieron con placer. ¿Óscar Domínguez? ¿El español que imitaba a Dalí hasta que se puso a imitar a Picasso? El deseo de reconocimiento, el anhelo por ser reconocido y querido, no desapareció totalmente con el éxito, y junto a su inextirpable inclinación a la juerga, le llevaron a convertirse en un bufón en determinados círculos de la ata sociedad de París en los años cincuenta.

Óscar Domínguez nació en La Laguna, hijo de un cosechero y exportador frutero, un hombre de acentuada personalidad, fortuna más que regular, que hablaba perfectamente inglés y francés y se interesaba por la literatura y el arte. Óscar fue un niño mimado por su madre y por sus tías, que ejercían sobre él una tutela dorada en la casa y finca familiar de Tacoronte. Indisciplinado, jacarandoso y ocurrente, nunca quiso emprender estudios y el padre decidió que aprendería el negocio de la exportación frutera. Y una vez cumplido el servicio militar, allá, a París, en 1927, le envió para que empezase a foguearse. Óscar lo hizo: en los bares, en los cafés, en las casas de prostitución, en los bulevares de la capital francesa. Dormía durante la mañana, desayunaba a media tarde y juergueaba todas las noches después de sacar dinero de la caja del despacho. Domínguez, sin embargo, tomó contacto con la pintura, y a su regreso a la Isla comenzó a pintar, en el más desnudo y testarudo autodidactismo. Algunos creen que ya era surrealista sin saberlo. Regresó a París en 1929, ya decidido a quedarse, pero no para vender plátanos y tomates, sino para transformarse en un artista. Volvió a Tenerife en varias ocasiones, e incluso expuso sus primeras probaturas en su isla natal. La última vez que estuvo en Tenerife fue, precisamente, en 1936. El golpe de Estado lo pilló en la Isla, y para evitar complicaciones, se marchó a Puerto de la Cruz y logró huir en un barco algunas semanas después rumbo a Francia.

Los críticos señalan que el periodo más propiamente surrealista de Domínguez se desarrolló entre 1929 y 1938. En realidad no conoció a André Bretón y su corte hasta 1933, cuando se integró formalmente en el movimiento surrealista y se convirtió así en el puente de unión entre el movimiento que acaudillaba Bretón y sus amigos vanguardistas de Tenerife, agrupados alrededor de Gaceta de Arte. Su pintura era muy instintiva y exploraba el subconsciente, lo onírico y lo fantástico, como ponen de manifiesto obras como Sueño o La media (1929), Autorretrato (1933) y La boule rouge o Composition surréaliste (1933). En general, las figuras y objetos que componen sus obras surrealistas, en las que la deuda con Salvador Dalí es muy obvia, contienen referencias mágicas, mecanicistas y sexuales, situándose en entornos inspirados en el paisaje canario. Domínguez nunca olvidó su imaginario visual y sensual de Canarias, y en sus cuadros introdujo múltiples referencias de su tierra natal: sus volcanes, sus grutas y su vegetación más característica, empezando por el drago. El resto de su universo está poblado de abrelatas, imperdibles, revólveres, fruteros, máquinas, flechas, leones y toros, sin olvidar el cuerpo femenino.

Su aportación más significativa al surrealismo fue la invención de la decalcomanía, técnica en la que el automatismo psíquico tenía un protagonismo absoluto. Este procedimiento tuvo una magnífica acogida entre los surrealistas e influiría posteriormente en el trabajo de muchos de los pintores que practicaron el expresionismo abstracto. Consistía en introducir gouache líquido entre dos hojas de papel presionándolas de un modo no controlado ("decalcomanía sin objeto preconcebido" o "decalcomanía del azar"). Más adelante, introducirá plantillas en forma de león o de ventana dando lugar a las "decalcomanías de interpretación premeditada", como Lion vert, Grisou o La fenêtre, firmadas en 1936. Hacia 1954 retomará esta técnica mezclándola con óleo y gouache, lo que queda ilustrado en la exposición con una composición de ese mismo año que titula Nature morte.

Las relaciones con el Papa Bretón se romperían hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Como integrante del colectivo surrealista, Domínguez participó activamente en las exposiciones y actividades que estos organizaron, hasta que rompió definitivamente con Bretón tras la Segunda Guerra Mundial. El pintor tinerfeño fue un devoto hasta que nopudo más. Su pintura se dirige hacia un periodo más sintético y comienza a representar objetos mecánicos, toros-minotauros y figuras humanas, sobre todo femeninas, de gran tamaño. Es en este momento cuando desarrolla su denominado periodo metafísico (1942-1944), en el que acusa la influencia de Giorgio de Chirico, recreando sus misteriosas atmósferas (Nature morte au prisme) y pintando reiteradamente objetos como la pistola (Composición con revólver). A esta época le sigue el periodo picasiano, en el que recibe una poderosa influencia del autor del Guernica, con el que compartió vacaciones, almuerzos y copas y mantuvo cierta actitud filial. El influjo de Picasso da paso a su periodo esquemático, en el que perfila las figuras por contornos negros y en el que lleva a cabo numerosas tauromaquias y fruteros come-frutas que destacan por su agudo sentido del humor y su vivo colorido. Lo que se denomina la época del triple trazo, entre finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, incluye obras admirables como Tauromaquia, Composición y Mujer con carro, que son algunos de los ejemplos de este tipo de procedimiento que se muestran en la exposición. Domínguez es, por entonces, un valor en alza. Expone en París y en otras capitales europeas y durante algunos años se mueve como una celebridad y gana bastante dinero, pero a principios de los cincuenta, un tanto súbitamente, el público sufre un cansancio por la experimentación surrealista y por los procedimientos más impactantes de las vanguardias. Domínguez entra en una crisis, aunque sigue acudiendo, y emborrachándose, claro, en cenas y recepciones de damas y caballeros de postín. Son años en los que se lanza a la búsqueda desesperada de su renovación plástica -lo que hizo siempre- y se acerca a la abstracción, como demuestra una obra como Paysage et oiseaux, pintada en 1954. Una exposición antológica pareció hacerle recobrar la confianza y la estima del público, pero Óscar Domínguez estaba agotado. En la Nochevieja de 1957 había quedado con unos amigos para cenar y despedir en año. A última hora de la tarde se despidió de un compañero y saludó fugazmente a uno de sus vecinos. Se encerró en el estudio. No llegó a aparecer en la fiesta. Para Domínguez había acabado la fiesta de la vida y el gozoso infierno de la pintura. Al amanecer, alarmados, acudieron a su buhardilla. Nadie respondió a los toques en la puerta. Cuando lograron entrar lo encontraron muerto. Se había suicidado antes de los 52 años.

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