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Nadir

Día del Sátrapa

Desde aquel 20 de noviembre de 1975 los restos del verdugo reposan en su tumba al calor de los cirios y con el aroma del incienso. "Nadie más muerto que el olvidado", creyó Gregorio Marañón, pero no es este el caso: no es el olvido la losa que abriga al sátrapa. Si hacemos caso a Marañón, los muertos son otros; aquellas victimas a las que se nos propone olvidar para entendernos mejor; en las fosas de las carreteras se siguen buscando los huesos de los vencidos por el inolvidable. El habitante del palio es ceniza, pero la memoria de sus fieles es fuego vivo. Sus nietos políticos, sus bisnietos, guardan fotografías y condecoraciones con el fervor con que se guardan las reliquias, pero al tiempo instan a quienes lo sufrieron a olvidarse de sí mismos. Por una especie de antigualla se tienen los ejercicios de memoria: sostienen que las nuevas criaturas, nacidas en la libertad que nos trajo aquella muerte, no pueden ser sobresaltadas con el recuerdo de otros días. El olvido, al fin y al cabo, se manifiesta entre nosotros como el "viejo remedio de la miseria humana" (Musset). Y así, aunque hayan sido derribadas algunas estatuas ecuestres del innombrable en varias ciudades, ahora se reponen otras, como en Melilla. Todavía, los demócratas, en días recientes, corrían a dar lustre a las placas que lo recuerdan en las calles de Galicia. Y su paisano y colaborador, Fraga, le asegura en estos días su salvación en el juicio histórico. No se vive con los muertos, es verdad. Pero dijo Chauffier que "se muere con ellos o se les hace resucitar. O bien se les olvida". Aquí, unos por amor y otros por rechazo, nadie ha olvidado al muerto. No obstante, no faltan los que tomarían prestadas estas palabras de O´Neill para convencernos de cómo debemos afrontar los 30 años del paso del criminal de una vida a otra: "Olvidemos el pasado: aquellos no éramos nosotros".

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