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Nadir

La medallita del ególatra

Yo comprendo que ayer, conocido que José María Aznar desembolsó unos 275 millones de las antiguas pesetas en pagar a un grupo de abogados norteamericanos para favorecer su imagen en EE UU, y para conseguir las firmas que lograran para él la medalla de oro del Congreso de aquel país, Llamazares, indignado, hablara de delito. Los milloncejos no los había pedido al banco un acomplejado ególatra para fabricarse una peana; los dólares para saciar el complejo de inferioridad de aquel del que con razón decían ayer los republicanos catalanes que había que analizar su perfil psicológico, habían salido del presupuesto de Asuntos Exteriores. La risa que me produjo este descubrimiento del que va comprando apoyos para enaltecerse, acabó pronto; tan pronto como descubrí lo cara que me salía esta risa si pensaba en mis impuestos. Habrá o no delito, y si lo hay que se pague, pero yo me sentí estafado. Todavía estoy oyendo al propagandista Zaplana acusando de envidiosos a los que comentaban este reconocimiento que habían encargado comprar para la gloria del gran jefe. No es que descubramos de pronto cómo se fabrican estos pequeños dioses, ni que nos resulten nuevas las factorías de los falsos prestigios, ni que desconozcamos los negocios de la propaganda para dar gato por liebre, pero sí podemos comprobar ahora de modo fehaciente otro patético episodio que demuestra el atrevimiento de la vanidad. A la luz de este nuevo escándalo se entiende mejor al presumido que nos gobernó y sus actitudes de desdén. Perplejo aún, voy a llamar al psiquiatra Castilla del Pino por ver si me lo explica, pero estoy seguro de que Castilla me va a decir que él ya hace tiempo que lo tiene claro. Son otros los que se lo tienen que explicar. Los que aún no se explican por qué Aznar nos implicó en la guerra, a lo mejor, ahora, van y lo entienden.

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